viernes, 18 de noviembre de 2011

ANÁLISIS DE 2 DE SAMUEL.


Autor:    Desconocido.

Tema Principal: El reinado de David.


Período:
Primer Período : Los  primeros años del reinado. Durante este período, el rey, aunque tomó parte en las campañas militares, comunes de la época, manifestó disposición espiritual.

Período Medio: Describe el gran éxito militar del rey y su caída y castigo.

Período Final: Los últimos años de David.

El Segundo libro de Samuel (=2 S) continúa el relato iniciado en el primer libro, pues en realidad forman una sola obra (véase Introducción a 1 Samuel). Comienza con el poema en el que David lamenta la muerte de Saúl y Jonatán (cap.1). Después la narración se concentra en la historia del reinado de David, primero sobre la tribu de Judá (cap. 2–4) y luego sobre todo Israel (cap. 5–24).

Esquema del contenido:
1. Los comienzos del reinado de David: el pacto de Dios con David; las campañas militares y la unificación del reino (1.1–8.18)
2. Hechos y circunstancias del reinado de David (9.1–20.26)
3. Apéndices: el Salmo 18 y el censo nacional (21.1–24.25)

Reina-Valera 1995—Edición de Estudio, (Estados Unidos de América: Sociedades Bíblicas Unidas) 1998.
La Biblia de Referencia Thompson, Versión Reina-Valera 1960, Referencia Temática # 4216

lunes, 5 de septiembre de 2011

Análisis del Libro 1 de Samuel

 Autor:    Desconocido.


Período: Uno de transición, termina el mandato de los jueces y se establece el reino.


Historia
Una mirada panorámica a los dos libros de Samuel (que en realidad son una sola obra, en dos tomos) descubre al punto la presencia sobresaliente de tres nombres de la historia de Israel: Samuel, Saúl y David, y de un acontecimiento que no por efímero resulta menos importante: la integración de las tribus israelitas en un cuerpo nacional gobernado por un único soberano.


La época a la que corresponden los hechos aquí narrados se puede situar aproximadamente entre la primera parte del s. XI y la primera del s. X a.C. Comienza con el nacimiento de Samuel y concluye con los últimos tiempos de la vida de David.


Con Samuel se cierra la etapa de los jueces o caudillos de Israel. Él fue el último representante de los tiempos de anarquía en que las tribus carecían de cohesión entre sí, y las "juzgó" a lo largo de toda su vida (1 S 7.15). Sin embargo, Samuel no solo significó el punto final de aquel período, sino que, al iniciar la serie de los grandes profetas de Israel con el ungimiento (es decir, la consagración) de sus dos primeros reyes, Saúl y David (1 S 9.27–10.1; 16.13), dio paso a la institución de la monarquía y a la dinastía davídica.
El Pequeño Samuel.




Los comienzos del reinado de Saúl (c. 1040–1010) quedaron felizmente señalados con una fulgurante victoria sobre los amonitas, antiguos enemigos de Israel (1 S 11); pero no pasó mucho tiempo sin que la imagen de fortaleza y valor del Saúl joven empezara a desvanecerse. El rey se hizo inestable y pusilánime. En su derredor, especialmente a causa de David, veía continuas amenazas contra su autoridad y, sin duda, contra su propia vida (1 S 18.6–11). En tales circunstancias, mermada la capacidad de Saúl para gobernar a su pueblo, el Señor lo desestimó (1 S 15.23, 26), y envió al profeta Samuel a ungir a David como nuevo rey de Israel (1 S 16.12–13).


A David (c. 1010–972 a.C.), que representa para los israelitas el monarca ideal, es a quien en verdad se debe la unidad y la independencia de la nación. Valeroso, decidido y dotado de clara inteligencia, combatió más allá de sus fronteras para consolidar y extender el reino y, dentro de ellas, para sofocar conjuras contra su gobierno, como la promovida por su propio hijo Absalón (2 S 15–18). La religiosidad profunda de David es una constante de su biografía (cf. 2 S 6.14, 21–22; 7.18–29), como también lo es su preocupación por asentar sobre bases firmes la administración de justicia y la organización del reino (2 S 8.15–18). De ahí que la personalidad de David resultara idealizada entre el pueblo de Israel, aun cuando tampoco dejara de reconocérsele flaquezas y pecados, como el adulterio con Betsabé y la muerte de Urías (2 S 11.1–12.25). Pero, en todo caso, lo cierto es que, tanto el reinado como la persona misma del rey David dejaron una huella profunda en el mundo israelita, que en él vio prefigurado al Mesías, al Ungido por el Señor para hacer realidad las grandes promesas y esperanzas del pueblo de su elección.


Contenido y composición de los libros
Las particularidades del nacimiento de Samuel y de su relación desde niño con el sacerdote Elí se hallan recogidas en 1 S 1.1–2.11. Asociados a Elí en el servicio del santuario de Silo, estaban sus hijos, Ofni y Finees, igualmente sacerdotes (1 S 1.3); pero «los hijos de Elí eran hombres impíos, que no tenían conocimiento de Jehová» (1 S 2.12).


En uno de los muchos enfrentamientos con los filisteos, Israel resultó vencido, «el Arca de Dios fue tomada y murieron los dos hijos de Elí» (1 S 4.11; cf. 4.1b—5.2). El conocimiento de estas desgracias precipitó la muerte del anciano sacerdote (1 S 4.18). Entonces Samuel, a quien Dios ya había llamado a ser profeta (1 S 3), comenzó a dirigir a Israel también como juez (1 S 7.2–17), lo cual hizo hasta que el pueblo expresó el deseo de tener «un rey que nos juzgue, como tienen todas las naciones» (1 S 8.5).


La institución de la monarquía se presenta en 1 Samuel como una concesión de Dios a este deseo popular, pero en ningún modo significa que él renunciara a ejercer la autoridad última sobre Israel, del cual es el verdadero y definitivo Rey. Por eso, a renglón seguido de aquella concesión, las palabras del profeta Samuel exhortan con vehemencia al pueblo: «Si teméis a Jehová y lo servís, si escucháis su voz y no sois rebeldes a la palabra de Jehová, si tanto vosotros como el rey que reina sobre vosotros servís a Jehová, vuestro Dios, haréis bien» (1 S 12.14).
Saúl, el primer rey de Israel, fue presa de un fuerte desequilibrio emocional, manifestado de modo violento en la persecución de que hizo objeto a David, tan encarnizada que obligó a este a convertirse en fugitivo y hasta a ofrecerse como mercenario a los filisteos (1 S 16–30). La historia de Saúl, de David y de las abruptas relaciones entre el uno y el otro, se presenta como un cuadro lleno de contrastes, luminoso al evocar la espléndida trayectoria ascendente del joven David, y sombrío cuando considera la figura de Saúl, con la imparable decadencia de su personalidad y la tragedia que rodea su muerte y la de sus hijos en la batalla de Gilboa (1 S 31).


El relato del dramático final del rey, con que se cierra el Primer libro de Samuel (=1 S) prosigue al comenzar el segundo. Aquí se muestra a un David emocionado que, en homenaje póstumo a Saúl y a su hijo Jonatán, pronuncia una endecha donde resuena vibrante el estribillo: «¡Cómo han caído los valientes!» (2 S 1.19, 25, 27; cf. v. 17–27). Más tarde, pasados esos acontecimientos, David se dirigió a Hebrón, donde fue proclamado «rey sobre la casa de Judá» (2 S 2.1–4), y más tarde sobre Israel (2 S 5.1–5). Según el autor de 1 y 2 de Samuel, David contaba «treinta años cuando comenzó a reinar... Reinó en Hebrón sobre Judá durante siete años y seis meses, y reinó en Jerusalén treinta y tres años sobre todo Israel y Judá» (2 S 5.4–5; cf. v. 1–5). El resto de 2 Samuel está enteramente dedicado a los hechos ocurridos durante el reinado de David y a las circunstancias en que este se desarrolló: la recuperación del Arca del pacto, los aciertos y desaciertos del monarca, sus campañas militares y las sublevaciones que hubo de reprimir. Los capítulos finales son como apéndices, en los cuales figura una reproducción del Salmo 18 (cap. 22) y la reseña de un censo nacional ordenado por David (2 S 24.1–9).


Esquema del contenido:
1. Infancia de Samuel, profeta y juez sobre Israel (1.1–7.17)
2. Institución de la monarquía de Israel (8.1–12.25)
3. Luces y sombras del reinado de Saúl (13.1–15.35)
4. David, ungido rey para suceder a Saúl (16.1–31.13)


Reina-Valera 1995—Edición de Estudio, (Estados Unidos de América: Sociedades Bíblicas Unidas) 1998.
La Biblia de Referencia Thompson, Versión Reina-Valera 1960, Referencia Temática # 4215
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miércoles, 20 de julio de 2011

ANÁLISIS DEL LIBRO DE DEUTERONOMIO.


Autor:    Moisés, generalmente aceptado.

Nombre:    Derivado dos palabras griegas, deuteros, que significa "segunda", y nomos, "ley"

Marco Histórico:    La generación pasada de Israel había muerto en el desierto; por lo tanto era importante que la ley fuera repetida y expuesta a la nueva generación antes de que entrara a la Tierra Prometida.

Contenido:    Una serie de discursos y exhortaciones dados por Moisés en las llanuras de Moab, antes de cruzar el Jordán.

Tema Principal:    Un recuento de las leyes proclamadas en el Sinaí, con un llamado a la obediencia, mezclado con un repaso a la experiencia de la generación pasada.

Pensamiento Clave:    El requisito clave de la obediencia.

El título
La forma hebrea Devarim ("palabras") es el título del quinto libro del PentateucoLa Septuaginta lo llamó Deuteronomio. El significado de este término griego es, propiamente, "segunda ley", aunque debe observarse que, aplicado al presente libro, no cabe entenderlo en el sentido de una ley diferente de la "primera" (la mosaica), sino de una repetición de ella.

La situación histórica
La llegada de los israelitas a tierras de Moab es el hecho que prácticamente señaló el final del recorrido iniciado en Egipto cuarenta años atrás (1.3). Las llanuras de Moab, al este del Jordán, fueron la última etapa de aquel larguísimo recorrido, en el curso del cual fueron cayendo, uno tras otro, los miembros del pueblo que habían vivido los tiempos de esclavitud y que luego, colectivamente, habían protagonizado el drama de la liberación (1.34–39; cf. Nm 14.21–38). Ese fue el castigo de la pertinaz rebeldía de Israel: que, «exceptuando a Caleb hijo de Jefone y a Josué hijo de Nun», ninguno de quienes pertenecían a la generación del éxodo entraría en Canaán. Ni siquiera el propio Moisés, el fiel guía, legislador y profeta (1.34–40; 34.1–5; cf. Nm 14.21–38).
En Moab, frente a Jericó, comprendiendo que ya estaba muy cerca el término de su vida, «resolvió Moisés proclamar esta ley» al pueblo (1.5). Lo reunió, pues, por última vez, para entregarle lo que podría llamarse su "testamento espiritual". Ante «todo Israel» (1.1), Moisés evocó los años vividos en común, instruyó a los israelitas acerca de la conducta que habían de observar para ser realmente el pueblo de Dios y les recordó que su permanencia en la Tierra prometida dependía de la fidelidad con que observaran los mandamientos y preceptos divinos (8.11–20).

El contenido del libro
El Deuteronomio (=Dt), al igual que otros textos de carácter normativo recogidos en el Pentateuco, pone de manifiesto lo que Dios requiere de su pueblo escogido. Y lo hace disponiendo concretamente el mandamiento que Jesús calificó de "principal": «Amarás a Jehová, tu Dios, de todo tu corazón, de toda tu alma y con todas tus fuerzas» (6.5; cf. Mc 12.30). Estas palabras son la médula espinal de todo el discurso mosaico, que ahora asume un carácter más personal que cuando el pueblo lo escuchaba en el Sinaí (llamado «Horeb» en Dt, salvo en 33.2), porque allí Moisés se limitó a transmitir lo que recibía de Dios, mientras que en Moab se expresa en primera persona, para, en su calidad de profeta (18.15–18), revelarle al pueblo la voluntad del Señor (4.40; 5.1–5, 22–27; 28.1). El Deuteronomio pone de relieve esta imagen de Moisés mediante frases introductorias como: «Estas son las palabras que habló Moisés a todo Israel» (1.1; cf., p.e., 1.3, 5; 4.44; 5.1). Un lugar destacado ocupa en el libro el llamado "código deuteronómico" (cap. 12–26), que comienza con una serie de «estatutos y decretos» (12.1) relativos al establecimiento de un solo lugar de culto, de un solo santuario, al que todo Israel estaría obligado a acudir: «El lugar que Jehová, vuestro Dios, escoja entre todas vuestras tribus... ese buscaréis, y allá iréis» (12.5; cf. v. 1–28). A este núcleo de carácter legal, que aparece precedido de los dos grandes discursos de cap. 1.6–4.40 y 5.1–11.32, lo siguen algunas disposiciones complementarias (p.e., en cap. 31, el nombramiento de Josué como sucesor de Moisés), y también advertencias y exhortaciones de índole varia (cap. 27–31). Los últimos capítulos contienen el "cántico de Moisés", las "bendiciones a las doce tribus" (cap. 32–33), la muerte de Moisés (34.5) y su sepultura en un ignorado lugar de Moab (34.6).

El mensaje
La especial relación que Dios establece con su pueblo es sin duda la proclamación que el Deuteronomio subraya con mayor énfasis. Jehová, ciertamente, es el Dios creador del cielo y de la tierra (10.14); pero, sobre la exclusiva base de su amor, escogió Dios a Israel para establecer con él una particular alianza. Antes que el propio Israel fuera llamado a la existencia, ya Dios lo había elegido en los patriarcas Abraham, Isaac y Jacob, a quienes prometió que sus descendientes heredarían la tierra de Canaán (6.10; 7.6–8). El cumplimiento de la promesa está permanentemente contemplado en el horizonte del Deuteronomio, al evocar, por una parte, los hechos que pusieron fin a la esclavitud de Israel en Egipto y, por otra, los muchos prodigios de que el pueblo fue testigo durante los años del desierto. Y ahora, junto a la margen oriental del Jordán, cuando ya el cumplimiento de la promesa está a punto de convertirse en una espléndida realidad, Moisés exhorta a los israelitas a que libremente se atengan al compromiso a que el pacto de Dios los obliga: «Os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia, amando a Jehová, tu Dios, atendiendo a su voz y siguiéndolo a él» (30.19–20). Al amor de Dios, Israel debe corresponder con su entrega total y sin reservas, acatando la divina voluntad: «Amarás, pues, a Jehová, tu Dios, y guardarás sus ordenanzas, sus estatutos, sus decretos y sus mandamientos, todos los días» (11.1).

Esquema del contenido:
1. Primer discurso de Moisés (1.1–4.49)
2. Segundo discurso de Moisés (5.1–11.32)
3. El código deuteronómico (12.1–26.19)
4. Bendiciones y maldiciones (27.1–28.68)
5. El pacto de Dios con Israel (29.1–30.20) 
6. Últimas disposiciones. Muerte de Moisés (31.1–34.12)

Reina-Valera 1995—Edición de Estudio, (Estados Unidos de América: Sociedades Bíblicas Unidas) 1998.
La Biblia de Referencia Thompson, Versión Reina-Valera 1960, Referencia Temática # 4211

miércoles, 1 de junio de 2011

ANALISIS DEL LIBRO DE LOS JUECES. (SHOFTIM)


Autor:    Desconocido; la tradición atribuye el libro a Samuel.

Tema Principal:    La historia de Israel durante los 14 jueces. Describe una serie de caídas en la idolatría por parte del pueblo de Dios, seguidas por invasiones de la Tierra Prometida y la opresión causada por sus enemigos.
La narración se centra alrededor de las personalidades de los jueces que fueron levantados para ser libertadores de Israel. Se resalta especialmente en el registro el lado oscuro del panorama.
Un estudio de las fechas parece mostrar que el pueblo mantuvo una lealtad exterior al Señor un período de tiempo más largo que lo que podría indicar una lectura casual del libro.

El libro
Con el nombre de jueces (hebreo, shoftim) se disgna en el AT a una serie de personajes que se esforzaron por dirigir al pueblo y mantenerlo a salvo de la hostilidad y el dominio de sus vecinos.  Estos personajes vivieron durante el período comprendido entre la muerte de Josué y los años inmediatamente anteriores al inicio de la monarquía de Israel (s. XIII-XI a.C.). Más que jueces en el sentido estricto de administradores de la justicia, eran héroes que de modo ocasional guiaron a las tribus israelitas en su lucha por permanecer en los territorios conquistados (2.16).

De hecho, la raíz verbal de donde procede el sustantivo hebreo traducido por juez encierra también los significados de guía, dirección y gobierno. Y es muy probable que la idea de gobernar sea la original, y que de ella se haya derivado la de juzgar, dado que la judicatura es una responsabilidad inherente al gobernante o al aparato de gobierno.
El libro de Jueces (=Jue) narra algunas de las acciones de guerra en las que aquellos héroes acaudillaron a una o más de las tribus de Israel. En situaciones difíciles, cuando enemigos externos hicieron peligrar la supervivencia del pueblo en Canaán, «Jehová levantó un libertador a los hijos de Israel y los libró» (3.9). Aunque el carácter militar de estos jueces ed evidente, el libro pone de relieve que todos ellos actuaron como instrumentos del Señor, suscitados y movidos por su Espíritu para llevar a cabo una misión especial, en un preciso momento y por un tiempo limitado. En las hazañas que realizaron se reveló siempre el poder de Dios, que, pese a las frecuentes actitudes reprobables de los israelitas, nunca dejó de cuidarlos con solicitud paternal y de sostenerlos para que no sucumbieran víctimas de sus vicisitudes.
En la descripción de estos personajes no existe un patrón común de identificación. Así, Débora se distingue como una profetisa que, al pie de una palmera, gobierna al pueblo y atiende a quienes solicitan su mediación en casos de litigio (4.4–5); Gedeón es un campesino de humilde extracción social (6.11); Jefté, hijo de una prostituta, capitaneó, al parecer, una banda de malhechores (11.1,3); y Sansón, el joven celebrado por su excepcional fortaleza física (16.3), no sabe resistirse a los encantos de una mujer filistea (16.17).

Contenido del libro
La historia de los jueces se reduce en el libro a una serie de narraciones episódicas e inconexas. Y el tratamiento que reciben los protagonistas es muy desigual, pues mientras que a unos pocos se les dedican varios capítulos (Débora, Gedeón, Jefté, Sansón y Micaía), de otros solo se menciona el nombre, acompañado, si acaso, de una brevísima noticia personal (Otoniel, Aod, Samgar, Tola, Jair, Ibzán, Elón y Abdón).

Se ha observado, en cambio, que los episodios registrados en Jueces se ajustan a un cierto modelo redaccional, en virtud del cual nos es dado percibir una especie de visión global de la época de referencia. Dicho modelo, generalmente definido como «esquema de cuatro tiempos», es como sigue:
Primer tiempo: Fidelidad del pueblo. Bajo el caudillaje de un juez que gobierna o dirige, el pueblo se mantiene fiel al Señor y vive un período de paz y de prosperidad (3.11,30; 5.31; 8.28).
Segundo tiempo: Infidelidad del pueblo. A la muerte del juez sobreviene una etapa en que los israelites vuelven «a hacer lo malo ante los ojos de Johová» (4.1; 13.1), se apartan del Señor y van «tras otros dioses, los dioses de los pueblos que estaban en sus alrededores» (2.12–13; 3.7; 10.6).
Tercer tiempo: Enojo de Dios. La infidelidad de Israel provoca la ira del Señor, que los entrega en manos de sus enemigos (2.14,20–21; 3.8; 4.2; 10.7).
Cuarto tiempo: Arrepentimiento de Israel. Sometidos a la opresión de sus vecinos, los israelitas lamentan haber sido infieles al Señor. Arrepentidos, suplican su auxilio (3.9,15; 4.3; 6.6), Israel recupera la libertad y vive tranquilo durante cuarenta años (3.11; 5.31; 8.28; por excepción, en 3.30 se lee ochenta años, que equivale a dos veces cuarenta años). Al cabo de ese período en que "reposa" el país, comienza el ciclo de nuevo.

Referencias Proféticas: El anuncio a la madre de Sansón de que ella daría a luz a un hijo que guiaría a Israel, es una figura de la anunciación a María sobre el nacimiento del Mesías. Dios envió a Su Ángel a ambas mujeres y les dijo que ellas “concebirían y darían a luz a un hijo” (Lucas 13:3; Lucas 1:31) quien guiaría al pueblo de Dios.


La compasiva liberación de Dios a Su pueblo, a pesar de su pecado y de haberlo rechazado, presenta una ilustración de Cristo en la cruz. Jesús murió para liberar a Su pueblo – a todo aquel que cree en Él – de sus pecados. Aunque la mayor parte de los que lo siguieron durante Su ministerio, eventualmente se alejarían y lo rechazarían, Él aún permaneció fiel a Su promesa y fue a la cruz a morir por nosotros.


Aplicación Práctica: La desobediencia siempre atrae el juicio. Los israelitas presentan un ejemplo perfecto de lo que no debemos hacer. En lugar de aprender de la experiencia de que Dios siempre castigará la rebelión contra Él, ellos continuaron desobedeciendo y sufriendo el desagrado y la disciplina de Dios. Si continuamos en desobediencia, atraeremos la disciplina de Dios, no porque Él disfrute nuestro sufrimiento, sino “… porque el Señor al que ama disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo.” (Hebreos 12:6).

El libro de Jueces es un testamento de la fidelidad de Dios. Aún “Si fuéremos infieles, Él permanece fiel” (2 Timoteo 2:13). Aunque fuéremos infieles a Él, como lo fueron los israelitas, aún Él es fiel para salvarnos y preservarnos (1 Tesalonicenses 5:24), y perdonarnos cuando buscamos ser perdonados (1 Juan 1:9). “el cual también os confirmará hasta el fin, para que seáis irreprensibles en el día de nuestro Señor Jesucristo. Fiel es Dios, por el cual fuisteis llamados a la comunión con su Hijo Jesucristo nuestro Señor.” (1 Corintios 1:8-9).

Esquema del contenido
1. Introducción general al período de los jueces (1.1–3.6)
a. Los israelitas se establecen en Cannaán (1.1–2.5)
b. Síntesis histórica del período de los jueces (2.6–3.6)
2. Los jueces de Israel (3.7–16.31)
a. De Otoniel a Samagar (3.7–31)
b. Débora, la profetisa (4.1–5.31)
c. Gedeón y Abimelec (6.1–9.57)
d. Tola y Jair (10.1–5)
e. Jefté (10.6–12.7)
f. De Ibzán a Absón (12.8–15)
g. Sansón (13.1–16.31)
3. Apéndices (17–21)
a. El sacerdote Micaía y los danitas (17.1–18.31)
b. El levita y su concubina. La querra contra los benjaminitas (19.1–21.25).

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Reina-Valera 1995—Edición de Estudio, (Estados Unidos de América: Sociedades Bíblicas Unidas) 1998.
La Biblia de Referencia Thompson, Versión Reina-Valera 1960, Referencia Temática # 4213

viernes, 13 de mayo de 2011

ANALISIS DEL LIBRO DE JOSUÉ.

Autor: El Libro de Josué no nombra explícitamente a su autor. Es muy probable que Josué hijo de Nun, el sucesor de Moisés como líder sobre Israel, escribiera gran parte de este libro. La última parte del libro fue escrito por al menos una persona después de la muerte de Josué. También es posible que varias secciones fueran editadas / compiladas después de la muerte de Josué.
Tema Principal: La conquista y la división de la tierra de Canaan. El Libro de Josué proporciona una descripción general de las campañas militares para conquistar el área de la tierra que Dios había prometido. Después del éxodo de Egipto y los subsecuentes cuarenta años de vagar por el desierto, la recién formada nación está ahora lista para entrar en la Tierra Prometida, conquistar a los habitantes y ocupar el territorio. La descripción que tenemos aquí, nos da abreviados y selectos detalles de muchas de las batallas, así como la manera en la tierra fue conquistada, y la forma en que fue dividida en áreas tribales.
Versos Clave: “Esfuérzate y sé valiente; porque tú repartirás a este pueblo por heredad la tierra de la cual juré a sus padres que la daría a ellos. Solamente esfuérzate y sé muy valiente, para cuidar de hacer conforme a toda la ley que mi siervo Moisés te mandó; no te apartes de ella ni a diestra ni a siniestra, para que seas prosperado en todas las cosas que emprendas. Nunca se apartará de tu boca este libro de la ley, sino que de día y de noche meditarás en él, para que guardes y hagas conforme a todo lo que en él está escrito; porque entonces harás prosperar tu camino, y todo te saldrá bien. Mira que te mando que te esfuerces y seas valiente; no temas ni desmayes, porque Jehová tu Dios estará contigo en dondequiera que vayas.” (Josué 1:6-9).

“Ahora, pues, temed a Jehová, y servidle con integridad y en verdad; y quitad de entre vosotros los dioses a los cuales sirvieron vuestros padres al otro lado del río, y en Egipto; y servid a Jehová. Y si mal os parece servir a Jehová, escogeos hoy a quién sirváis; si a los dioses a quienes sirvieron vuestros padres, cuando estuvieron al otro lado del río, o a los dioses de los amorreos en cuya tierra habitáis; pero yo y mi casa serviremos a Jehová.” (Josué 24:14-15).
El libro
Josué (=Jos) es el primero de los seis escritos que integran la serie de los Profetas anteriores. En las historias narradas en este libro, el protagonista no es propiamente Josué. Esa función le corresponde, más bien, al escenario donde tienen lugar los nuevos actos del drama de Israel: el país de Canaán, en el que penetra el pueblo cuarenta años después de haber sido liberado de su cautividad en Egipto. Canaán es la meta, el punto final de aquella inacabable peregrinación. En la entrada a Canaán y en la posesión del país ven los israelitas el cumplimiento de la promesa de Dios a Abraham, Isaac y Jacob, de darlo a sus descendientes para siempre (Gn 13.14–17; 26.3–5; 28.13–14). Ellos, pues, herederos de las promesas divinas, tomaron posesión de Canaán, y «no faltó ni una palabra de todas las buenas promesas que Jehová había hecho a la casa de Israel. Todo se cumplió» (21.45).
Canaán es el signo de la fidelidad de Dios a su palabra, de una lealtad cuya contrapartida había de ser la conducta fiel del pueblo escogido. Porque, si bien en la posesión de aquella tierra se contemplaba el don de Dios, el permanecer en ella dependía de la fidelidad y rectitud con que los israelitas observaran la ley transmitida por Moisés. Pronto ellos habrían de comprenderlo, al ver que, empeñados en acciones de guerra, sus triunfos o derrotas dependían del ser o no ser fieles a su Señor (7.1–5). Eso mismo ya lo habían visto cuando, en vida de Moisés, vencieron a los amalecitas en Refidim (Ex 17.8–16), o cuando, por el contrario, los amalecitas y los cananeos «los hirieron, los derrotaron y los persiguieron hasta Horma» (Nm 14.20–23, 40–45).
Una primera lectura del libro de Josué puede dar la impresión de que la conquista de Canaán consistió en un rápido movimiento estratégico; que los israelitas, dirigidos por Josué, penetraron con facilidad en el país, y que una serie de acciones militares de prodigiosa eficacia les permitió apoderarse en poco tiempo y por completo del territorio que de antemano tenían por suyo. En realidad, el asunto no fue tan simple, pues ni ellos lograron conquistar rápidamente los territorios cananeos, ni los anteriores habitantes del país fueron del todo exterminados. De hecho, muchos de ellos se mantuvieron firmes en sus posiciones (15.63; 17.12–13); e incluso establecieron a veces alianzas con los invasores, y entonces unos y otros tuvieron que aprender a convivir en paz (9.1–27; 16.10). La conquista de Canaán no fue, pues, el resultado de una guerra relámpago de exterminio, sino un avance lento y sostenido en medio de no escasas dificultades, entre las que tuvo probablemente gran importancia la inexistencia en Israel de una estructura política de índole nacional, que solo llegó más tarde, con la instauración del reino de David. En la época de Josué, puesto que las tribus no tenían unidad de gobierno, se desempeñaban cada una por su propia cuenta, tanto en la paz como en la guerra.
Contenido del libro
Josué se divide en dos grandes secciones, formadas respectivamente por los cap. 1–12 y 13–22, y una menor que incluye los cap. 23–24 a modo de conclusión.
Tras la muerte de Moisés, Josué toma la dirección del pueblo (1.1–2; cf. Dt 31.7–8), cuya entrada y asentamiento en Canaán relata la primera sección del libro. Los israelitas, que se encontraban reunidos en las llanuras de Moab, atraviesan el Jordán y acampan en su ribera occidental, puestos ya los pies en Canaán. A partir de aquel momento, Josué organiza diversas campañas militares destinadas a adueñarse de la totalidad del país. Primero ataca localidades del centro de Palestina, y más tarde se extiende hacia los territorios del norte y del sur. Estas acciones aparecen en el libro precedidas de un discurso introductorio del propio Josué, que sitúa la narración histórica en su contexto teológico: «Yo os he entregado, tal como lo dije a Moisés, todos los lugares que pisen las plantas de vuestros pies» (1.3). Esta manifestación ratifica la idea de que el establecimiento en Canaán no es una mera conquista humana, sino un don que Israel recibe del Señor. La sección concluye en 12.24, con la relación de los reyes que fueron vencidos en batallas a ambos lados del Jordán.
La segunda sección (cap. 13–22) se ocupa de las varias incidencias relacionadas con la asignación de tierras a las tribus de Israel. La lectura de estos capítulos, con sus estadísticas y sus largas listas de ciudades importantes y de pequeñas poblaciones, resulta en general árida y poco gratificadora. Pero también es cierto que aquí ocurren datos de un interés histórico evidente, gracias a los cuales han podido conocerse los límites territoriales de las tribus y se ha logrado la identificación de diversos puntos geográficos citados aquí y allá en el AT. Por otro lado, la descripción que hace Josué del reparto del país invadido revela la atención que los israelitas prestaron a la justicia distributiva, a fin de que cada una de las tribus dispusiera de un espacio donde establecerse: «Dio Jehová a Israel toda la tierra que había jurado dar a sus padres. Tomaron posesión de ella, y la habitaron» (21.43). También la tribu sacerdotal de Leví —a la cual no se le había asignado propiedad territorial (13.14; véase Introducción a Levítico y cf. Nm 18.20; Dt 18.1–2)— había de contar con lugares de residencia.
Los dos últimos capítulos del libro (23–24) recogen el discurso de despedida de Josué (cap. 23), la renovación del Pacto y, finalmente, la muerte y sepultura de aquel fiel servidor de Dios que supo acaudillar al pueblo después de Moisés, y guiarlo hasta su anhelado destino (cap. 24).
Esquema del contenido:
1. La conquista de Canaán (1.1–12.24)
2. Distribución del territorio entre las tribus de Israel (13.1–22.34)
3. Últimas palabras de Josué. Renovación del Pacto (23.1–24.33).
Referencias Proféticas: La historia de Rahab la ramera y su gran fe en el Dios de los israelitas, le da un lugar junto a aquellos honrados por su fe en Hebreos 11:31. La suya es una historia de la gracia de Dios hacia los pecadores y la salvación por gracia solamente. Pero aún más importante, es el hecho de que por la gracia de Dios, ella llegó a formar parte de la línea Mesiánica (Mateo 1:15).

Uno de los rituales ceremoniales de Josué 5, encuentra su perfecto cumplimiento en el Nuevo Testamento. Los versos 1-9 describen el mandamiento de Dios de que aquellos que nacieron en el desierto fueran circuncidados cuando entraran a la Tierra Prometida. Al hacerlo, Dios “quitó el oprobio de Egipto” de ellos, significando que Él los limpiaba de los pecados de su vida anterior. Colosenses 2:10-12 describe a los creyentes como siendo circuncidados en sus corazones por Cristo Mismo, por quien hemos quitado la naturaleza de pecado de nuestras vidas anteriores sin Cristo.

Dios estableció ciudades de refugio para que aquellos que hubieran matado accidentalmente a alguien, pudieran vivir ahí sin temor a la retribución. Cristo es nuestro refugio a quien “hemos acudido para asirnos de la esperanza puesta delante de nosotros” (Hebreos 6:18).

El Libro de Josué contiene un predominante tema teológico del reposo. Los israelitas, después de vagar por el desierto 40 años, finalmente entraron al reposo que Dios había preparado para ellos en la tierra de Canaán. El escritor de Hebreos utiliza este incidente como una advertencia para que nosotros no permitamos que la incredulidad nos impida entrar en el reposo de Dios en Cristo (Hebreos 3:7-12).

Aplicación Práctica: Uno de los versos clave del Libro de Josué es el 1:8 “Nunca se apartará de tu boca este libro de la ley, sino que de día y de noche meditarás en él, para que guardes y hagas conforme a todo lo que en él está escrito.” El Antiguo Testamento está repleto con historias de cómo la gente “se olvidó” de Dios y Su Palabra y sufrió terribles consecuencias. Para el cristiano, la Palabra de Dios es vital. Si la descuidamos, nuestra vida sufrirá las consecuencias. Pero si adoptamos de corazón el principio expresado en el verso 1:8, estaremos completos y preparados para ser usados en el reino de Dios (2 Timoteo 3:16-17), y encontraremos que las promesas de Dios en Josué 1:8-9 serán también nuestras.

Josué es un perfecto ejemplo de los beneficios de un valioso tutor. Por años él permaneció junto a Moisés. Él observó a Moisés mientras seguía a Dios de una manera casi perfecta. Él aprendió de Moisés a orar de una manera personal. Aprendió cómo obedecer a través del ejemplo de Moisés. Aparentemente Josué también aprendió del ejemplo negativo que le costó a Moisés el gozo de haber entrado en la Tierra Prometida. Si estás vivo, tu eres un tutor. Alguien, en alguna parte, te está observando. Alguna persona más joven o alguien a quien estás influenciando, está viendo cómo vives y como reaccionas. Alguien está aprendiendo de ti. Alguien seguirá tu ejemplo. La tutoría es mucho más que las palabras pronunciadas por un mentor. Su vida entera está en un escaparate.
Reina-Valera 1995—Edición de Estudio, (Estados Unidos de América: Sociedades Bíblicas Unidas) 1998.
La Biblia de Referencia Thompson, Versión Reina-Valera 1960, Referencia Temática # 4212
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martes, 10 de mayo de 2011

ANÁLISIS DEL LIBRO DE NUMEROS.


Autor:    Moisés, generalmente aceptado.
Nombre:    Derivado del censo de Israel.
Lección Central:    La incredulidad impide la entrada a la vida abundante.
El título
El nombre español del cuarto libro del Pentateuco procede del latino Liber numerorum ("libro de los números"), tomado a su vez del griego Arithmo (LXX), que significa "números". Es obvio que este título responde a la presencia en el texto de dos censos del pueblo de Israel (cap. 1 y 26), al reparto del botín de guerra tras la victoria de los israelitas sobre los madianitas (31) y a ciertas precisiones de orden cuantitativo relacionadas con los sacrificios y las ofrendas (7; 15; 28–29). En hebreo, el título del libro es Bamidbar (lit. "en el desierto"), referencia expresa a la región sinaítica en la que se desarrollan los acontecimientos objeto de la narración.
Contenido del libro
En Números (=Nm) se pone de relieve la personalidad y la obra de Moisés, el gran libertador y legislador del pueblo de Israel. A esta misión, asumida por él desde el principio, añade ahora la de organizar a los israelitas y guiarlos durante los años de su peregrinación en busca de la Tierra prometida. En el cumplimiento de este cometido, Moisés, que siempre actuó con total fidelidad a Dios y motivado por el amor a su pueblo (14.13–19), se sintió a veces abrumado por la pesada carga moral de su responsabilidad (11.10–15) y la incomprensión de la gente que lo rodeaba. Hasta sus mismos hermanos, Aarón y María, lo criticaron y murmuraron contra él, que era persona mansa, «más que todos los hombres que había sobre la tierra» (12.3). Con todo, Moisés no cejó ni un instante en su empeño y hasta el fin de sus días siguió velando por Israel. Cuando vio ya acercarse el momento de su muerte, tomó las precauciones necesarias para que su sucesor, Josué, pudiera llevar a buen fin la encomienda de arribar a la Tierra prometida y tomar posesión de ella (27.15–23).
En contraste con la figura señera de Moisés, la conducta de los israelitas se describe en Números con rasgos bastante negativos. Ciertamente de Egipto había salido una «gran multitud de toda clase de gentes» (Ex 12.38), las cuales comenzaron a constituir en el desierto una colectividad alentada por los mismos intereses y un destino común. Pero con los agobios del penoso caminar hacia una meta todavía desconocida y que debía parecerles siempre lejana, aquellos liberados de la amarga cautividad egipcia protestaban y se rebelaban una y otra vez. En sus quejas, incluso añoraban como mejores tiempos los pasados en esclavitud. Con todo ello no cesaron de provocar la ira de Dios, y atrajeron mayores desventuras sobre Israel (cf., p.e., cap. 14). Sin embargo, pese a tan constantes faltas de fidelidad, el Señor no dejó de manifestárseles compasivo y perdonador: así Jehová, hablando con Moisés «cara a cara... y no con enigmas» (12.8), lo escucha cuando intercede a favor del pueblo, cuando le ruega que perdone a los culpables (11.2; 12.13; 14.13–19; 21.7).
Composición
Visto en conjunto y atendiendo especialmente a razones geográficas y cronológicas, Números no adolece de falta de unidad en su composición. Porque el relato, manteniéndose en la misma línea histórica del Éxodo, informa de los movimientos de Israel posteriores a su permanencia en el Sinaí y hasta la llegada al Jordán: los preparativos para reanudar el camino (cap. 1–8), la celebración de la Pascua (cap. 9), la marcha del Sinaí a Moab (cap. 10.11–21.35), la permanencia en Moab (cap. 22–32) y las instrucciones que Moisés da al pueblo junto al Jordán (cap. 33–36). Ahora bien, a pesar de esta cierta unidad global del libro, es preciso reconocer que su estructura literaria consiste más bien en una cadena de secuencias yuxtapuestas, independientes entre sí, que alternan contenidos narrativos de fácil lectura con otros muy densos, de carácter jurídico, legal, censual o cúltico. Diríase que el libro de Números no fue escrito a partir de un plan inicial unívoco, sino que su formación fue paulatina.
Esquema del contenido:
1. La permanencia en el Sinaí (1.1–10.10)
2. La larga marcha hasta Moab (10.11–21.35)
3. En las llanuras de Moab (22.1–36.13)
Referencias Proféticas: La demanda de Dios por santidad a Su pueblo, está total y finalmente satisfecha en Jesucristo, quien vino a cumplir la ley por nosotros (Mateo 5:17). El concepto del Mesías prometido se extiende por todo el libro. La ordenanza en el capítulo 19 sobre el sacrificio de la vaca alazana “perfecta, en la cual no había falta” prefigura a Cristo, el Cordero de Dios sin mancha o culpa, quien fue sacrificado por nuestros pecados. La imagen de la serpiente de bronce levantada sobre un asta para otorgar la curación física (capítulo 21) también prefigura a Cristo siendo levantado, ya sea en la cruz o en el ministerio de la Palabra, para que cualquiera que lo mire por la fe, puede obtener la salud espiritual.

En el capítulo 24, el cuarto oráculo de Balaam, habla de la estrella y del cetro que se levantará de Jacob. Aquí está una profecía de Cristo quien es llamado “la estrella de la mañana” en Apocalipsis 22:16 por Su gloria, brillantez y resplandor, y por la luz que de Él procede. Él también puede ser llamado un cetro, esto es, el portador del cetro, por su realeza. Él no solo tiene el nombre de rey, sino que tiene un reino, y gobierna con un cetro de gracia, misericordia y justicia.

Aplicación Práctica: Del Libro de Números se desprende un gran tema teológico desarrollado en el Nuevo Testamento; y es que el pecado y la incredulidad, especialmente la rebelión, acarrea el juicio de Dios. I Corintios capítulo 10 específicamente lo dice – y Hebreos 3:7 a 4:13 lo implica fuertemente – estos eventos fueron escritos como ejemplo para que los creyentes observen y los eviten. No debemos “poner nuestro corazón en cosas malas” (v.6), o ser sexualmente inmorales (v.8), o poner a Dios a prueba (v.9) o quejarnos y murmurar (v.10).

Así como los israelitas vagaron en el desierto por 40 años a causa de su rebelión, así también algunas veces Dios permite que vaguemos lejos de Él y suframos la soledad y falta de bendiciones cuando nos rebelamos contra Él. Pero Dios es fiel y justo, y así como Él restauró a los israelitas a su legítimo lugar en Su corazón; Él siempre restaurará a los cristianos al lugar de bendición e íntima comunión con Él si nos arrepentimos y regresamos a Él (1 Juan 1:9).


Reina-Valera 1995—Edición de Estudio, (Estados Unidos de América: Sociedades Bíblicas Unidas) 1998.
La Biblia de Referencia Thompson, Versión Reina-Valera 1960, Referencia Temática # 4210
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