jueves, 21 de junio de 2012

Análisis del Libro 1 de Crónicas



Autor:    Desconocido; se cree que pudo haber sido  revisado por Esdras. 1 o 2 Crónicas son un solo libro en el texto hebreo.
Época: Probablemente fue escrito durante o poco después de la cautividad, puede mirarse como un suplemento a los libros 1 y 2 de Samuel, 1 y 2 de Reyes. Algunas de las descripciones históricas son casi idénticas a las de los libros anteriores.
Particularidades: Los libros de Samuel y de Reyes se refieren a sucesos en ambos reinos, mientras que Crónicas tiene que ver casi exclusivamente con la historia de Judá.
Pensamiento Central: La Soberanía de Dios.
Personaje Central: David.

Historia
En los dos libros de Crónicas (que en realidad son una sola obra compuesta de dos tomos) se reproduce la mayor parte de los acontecimientos que se narran en los de Samuel y Reyes. Este hecho puede llevar al lector a la idea equivocada de hallarse ante la simple repetición de esos mismos episodios históricos. Sin embargo, Crónicas lo hace dentro de determinados márgenes de libertad narrativa, requeridos por las nuevas circunstancias en que hubo de desenvolverse el pueblo judío en los años siguientes al retorno de los exiliados a Jerusalén.
La situación no era por entonces la misma que antes de la cautividad babilónica. La monarquía, inaugurada en la segunda mitad del siglo XII a.C. con la proclamación de Saúl como rey, había llegado a su fin junto con la destrucción de Jerusalén (586 a.C.), y las condiciones de vida de los judíos no eran ahora las mismas que antes del destierro. La comunidad constituida por los repatriados ya no formaba parte de un estado independiente, sino de una nación sometida, vasalla del imperio persa. Y aunque es cierto que, en términos generales —y a diferencia de las precedentes dominaciones de Asiria y Babilonia—, los gobernantes persas se mostraron benévolos y practicaron una política de tolerancia religiosa con los judíos, también lo es que otras gentes de la vecindad geográfica se les manifestaron totalmente hostiles.

En aquella nueva etapa, el pueblo judío estaba llamado a reconsiderar su historia desde un punto de vista que les permitiera comprender mejor el presente y los orientara respecto del futuro. Y esto es precisamente lo que el autor de Crónicas ofrece a la comunidad postexílica: una reflexión sobre el pasado de Israel y una lección de fidelidad al Señor, a su Ley y al culto en el santuario de Jerusalén.

Los libros de Crónicas son una expresión típica del judaísmo postexílico. Para su composición, el autor recurrió a materiales recogidos de GénesisÉxodo,NúmerosJosué y Rut, de los cuales extrajo, p.e., las genealogías de 1 Cr 1–9. Pero fue sobre todo en los libros de Samuel y Reyes donde encontró una rica fuente de información, que él incorporó a Crónicas, reproduciéndola a veces literalmente, o bien redactándola de nuevo. Además, cita una serie de documentos, en gran parte desconocidos para nosotros, que son otros tantos depósitos de conocimiento histórico. Dichos documentos son los siguientes, relacionados a continuación en orden alfabético:
Crónicas del profeta Natán: 1 Cr 29.29
Crónicas del rey David: 1 Cr 27.24
Crónicas del vidente Gad: 1 Cr 29.29
Historia del libro de los reyes (de Judá): 2 Cr 24.27
Historia del profeta Iddo: 2 Cr 13.22
Libro de las crónicas del vidente Samuel: 1 Cr 29.29
Libro de los reyes de Judá y de Israel: 2 Cr 16.11; 27.7
Libro (o: "Actas") de los reyes de Israel: 1 Cr 9.1; 2 Cr 20.34; 33.18
Libro del profeta Semaías: 2 Cr 12.15
Libros del profeta Natán: 2 Cr 9.29
Profecía de Ahías, el silonita: 2 Cr 9.29
Profecía (o: "Libro") del vidente Iddo: 2 Cr 9.29; 12.15
Registro de las familias: 2 Cr 12.15
Contenido y composición de los libros
El primer libro de Crónicas (=1 Cr) contiene una larga serie de genealogías que se extienden desde Adán hasta Saúl (cap. 1–9), y en las que ocupan importantes espacios las líneas sucesorias de David (cap. 3), Aarón (6.49–81) y Saúl (9.35–44). La exposición de estos linajes introduce al lector en el resto del libro, que presenta la historia del rey David (cap. 10–29) hasta su muerte, ocurrida «en buena vejez, lleno de días, de riqueza y de gloria» (29.28).
El segundo libro (2 Crónicas) consta de dos partes, más un apéndice a modo de conclusión. La primera de ellas (cap. 1–9), dedicada íntegramente al reinado de Salomón, concluye con su muerte. En la segunda parte (10.1–36.21), el Cronista relata la historia del reino de Judá, desde Roboam hasta la destrucción de Jerusalén y la deportación a Babilonia. La conclusión (36.22–23) es una referencia a Ciro, el persa, y a su decreto autorizando el regreso de los judíos exiliados. Estos versículos finales de 2 Crónicas reaparecen al comienzo del libro de Esdras (cf Esd 1.1–3).

En la sección dedicada al reinado de David, el cronista se detiene con singular minuciosidad en el traslado del Arca del pacto a Jerusalén, la organización del culto, las funciones de los levitas y los preparativos y acopio de materiales para construir el Templo (véase, p.e., 1 Cr 15.1–17.27; 21.28–22.19). Salomón había recibido de su padre David el encargo de ejecutar este proyecto de «edificar una Casa en la cual reposara el Arca del pacto de Jehová» (1 Cr 28.2); así lo había dispuesto el Señor: «Salomón, tu hijo, él edificará mi Casa y mis atrios» (1 Cr 28.6). Esto no obstante, el Cronista, desde su peculiar análisis histórico y teológico, ve en David al verdadero fundador del Templo y de su ceremonial, por cuanto fue David quien, delegando en Salomón todas las responsabilidades, le entregó los planos para la edificación del santuario único donde un día el pueblo de Israel habría de adorar a Dios (1 Cr 28.1–29.25).

En su mayor parte, la historia de Salomón, el rey sabio entre los sabios, gira en torno a la construcción del Templo. El Cronista incluye la oración pronunciada por el rey en la solemne ceremonia de dedicación, y la respuesta de Dios a su plegaria. Otros monarcas después de Salomón estuvieron también relacionados con los cuidados del Templo y del culto, así como con importantes reformas religiosas que siguieron a algunas etapas de apostasía del pueblo. De esos reyes da testimonio 2 Crónicas: Asa (cap. 14–16), Josafat (cap. 17–20) y, sobre todo, Ezequías (cap. 29–32) y Josías (cap. 34–35).

Temas como los mencionados los expone el Cronista más ampliamente que Samuel o Reyes. Sin embargo hay otros asuntos que él prefirió pasar por alto. Tal es el caso de ciertos sucesos de la historia de David que podían ensombrecer la memoria del gran rey de Israel: sus conflictos con Saúl, algunos injustificables comportamientos anteriores a su ascenso al trono, el lamentable episodio de Betsabé y Urías, los dramas familiares y la rebelión de Absalón. Tampoco se interesa el Cronista por la historia del reino del norte, al que alude pocas veces y más bien con acentos peyorativos (p.e., 2 Cr 10.19; 13.1–20). Para él, solamente el reino de Judá y la dinastía de David ostentaban la legitimidad; el reino de Israel, nacido de la ruptura de la unidad nacional (cf. 1 R 12) y mancillada su fe por la idolatría, no podía representar al genuino pueblo de Dios.

El mensaje
En el marco histórico en que se desarrolla la narración de Crónicas, no solamente debe considerarse la reconstrucción del Templo y las murallas de Jerusalén. También se pretende restaurar el espíritu de la comunidad judía postexílica. El Cronista rememora para sus lectores el principio inamovible de que la vida del pueblo de Israel dependía de su fidelidad al Señor: una fidelidad de orden individual y colectivo, testificada por la obediencia a la Ley y por una vida de piedad sincera. Esto es lo que había alentado a David a impulsar la edificación del Templo y a trazar las líneas esenciales de su ritual cúltico; y esto es lo que también había tratado de inculcar en su pueblo. David sabía que, en tanto la comunidad israelita fuera fiel a la elección con que había sido distinguida de las demás naciones, Dios no dejaría de mostrarle su favor y de cumplirle todas sus promesas.
Esquema del contenido:
1. Las líneas genealógicas desde Adán hasta David (1.1–9.44)
2. El reinado de David (10.1–29.30).

Biblia De Referencia Thompson.
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viernes, 27 de abril de 2012

ANÁLISIS AL SEGUNDO LIBRO DE REYES.



Autor:    Desconocido.

Tema Principal: La historia del pueblo de Israel y de Judá, desde la última parte del reinado de Ocozías en Israel, y de Jorám en Judá, hasta el tiempo de los cautiverios. En cuanto a la historia de Israel, ésta es un cuadro sombrío de gobernantes degenerados y de gente pecadora, que dio como resultado la esclavitud.
El reino de Judá también se estaba degradando, pero el juicio no llegó tan pronto sobre él, debido a la influencia de un número de reyes buenos que reinaron durante éste período.

Mensaje Espiritual: La influencia poderosa de los gobernantes sobre una nación.
 
Personajes Principales: El libro en su mayor parte se centra en las vidas de los profetas Elías y Eliseo.


El Segundo libro de Reyes (=2 R) continúa la historia que comienza en el primero (1er Libro de Reyes), termina la narración de la vida del profeta Elías e introduce algunos episodios de la vida de Eliseo, su discípulo y sucesor. Presenta la historia de los dos reinos, hasta la caída de Samaria, capital del reino del norte, en el 721 a.C., y finalmente incluye la última etapa del reino del sur y la destrucción de Jerusalén.

Esquema del contenido:
1. El profeta Elías y el rey Ocozías (1.1–18)
2. El profeta Eliseo sucede a Elías (2.1–25)
3. Actividades de Eliseo (3.1–8.15)
4. Judá e Israel hasta la muerte de Eliseo (8.16–13.25)
5. Judá e Israel hasta la destrucción de Samaria (14.1–17.41)
6. Judá hasta el exilio en Babilonia (18.1–25.30)

Reina-Valera 1995—Edición de Estudio, (Estados Unidos de América: Sociedades Bíblicas Unidas) 1998.
La Biblia de Referencia Thompson, Versión Reina-Valera 1960, Referencia Temática # 4217
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lunes, 9 de enero de 2012

ANALISIS DE 1 DE REYES.

Autor:    Desconocido.

Título: En el texto hebreo, 1 y 2 de Reyes aparecen como un solo libro. La división pudo haberse hecho para la conveniencia de los lectores griegos.

Historia
A manera de introducción al Primer libro de Reyes (1 R), el autor narra la última etapa de la historia de David desde el punto en que la había dejado 2 Samuel. La avanzada edad del rey hace prever la proximidad de su muerte, y la monarquía de Israel ha de encarar el problema de la sucesión al trono. Requerido por Betsabé, David dispone que se unja y proclame rey a su hijo Salomón (1 R 1–2), quedando así establecida la dinastía davídica. De esta forma, la historia del pueblo de Israel entra en una nueva fase, la sucesión monárquica, que cubre el período entre el comienzo del reinado de Salomón (c. 970 a.C.) y la caída de Jerusalén en tiempos de Sedequías (586 a.C.).

No se dispone de mucha más información sobre el gobierno del hijo de David que la referente a su prudencia, a sus riquezas y a la edificación del Templo. Desde el punto de vista político, es destacable que Salomón supo siempre mantener la unidad del reino y evitar que Israel se viera envuelto en conflictos bélicos. Sin embargo, cuando él murió (930 a.C.) y su hijo Roboam ocupó el trono, se precipitaron los acontecimientos que fueron causa de la división del reino en dos estados independientes: el de Judá o reino del sur, y el de Israel o reino del norte. Dos siglos más tarde, en el año 721 a.C., Israel quedó sometido a la dominación asiria, y cerca de siglo y medio después, en el 586 a.C., cayó Judá bajo el poder del imperio neobabilónico.
El período de los reyes está documentado por los libros de Reyes y Crónicas, que ciertamente proveen una considerable cantidad de datos cronológicos. Esas indicaciones, no obstante, son a menudo tan imprecisas que no bastan para establecer con exactitud las fechas de principio y final de los reinados correspondientes. Esto explica las variaciones de algunos años que se aprecian en cronologías propuestas por diferentes historiadores.

Contenido y composición de los libros
El reinado de Salomón ocupa una extensa porción de la primera parte de esta obra (1 R 2.12–11.43), donde se hace evidente el interés del autor en realzar la personalidad del rey. Recuerda su inteligencia y sabiduría, las riquezas que atesoró y las grandiosas construcciones que impulsó; entre otras, el complejo de edificios amurallados del palacio real, las enormes caballerizas de Meguido, las ciudades-campamento y, destacando sobre todas ellas con especial relieve, el Templo que hizo construir en los terrenos adquiridos por David a tal efecto (cf. 2 S 24.18–25). Esta «Casa de Jehová», santuario único de Israel, habría de tener una importancia sin par en la vida religiosa y en la cultura del pueblo, tal y como lo expresó el mismo Salomón en su plegaria durante la ceremonia de dedicación del Templo (1 R 8.23–53).
En contraste con las espléndidas realizaciones del reinado de Salomón, 1 Reyes descubre algunos aspectos personales que desdoran su imagen. Entre ellos, la conducta apóstata y poco ejemplar del monarca y su actitud permisiva ante la penetración en Israel de cultos paganos e idolátricos. Porque Salomón, a fin de consolidar su poder, y conforme a los usos y costumbres de la época, estableció acuerdos políticos y comerciales con naciones vecinas tomando por esposas a princesas extranjeras (1 R 7.8; 11.1–3); de modo que tuvo muchas mujeres no israelitas, «las cuales quemaban incienso y ofrecían sacrificios a sus dioses», y cuando llegó a la vejez, «sus mujeres le inclinaron el corazón tras dioses ajenos», de modo que adoró ídolos y les erigió santuarios (1 R 11.4–8).

También informa 1 Reyes acerca del alto costo de las construcciones promovidas por Salomón. Para sufragarlas se recurrió a la imposición de tributos públicos, que convirtieron en realidad las advertencias de Samuel acerca de la institución de una monarquía en Israel (cf. 1 S 8). Considerados por muchos como cargas en extremo onerosas, dieron lugar a un clima de tensión que no tardó en extenderse por todo el país. Aquel descontento, agravado con el renacer de viejas desavenencias entre los territorios del norte y del sur (cf. 2 S 20.1–2), pronto quebró la frágil unidad política alcanzada en el reinado de David (cf. 2 S 2.4; 5.1–3).

Una vez narradas las circunstancias en que se produjo la ruptura de la unidad nacional bajo el gobierno de Roboam (1 R 12) y la fundación del reino del norte, Reyes aborda en forma paralela las historias de Judá y de Israel, separadas para siempre e incapaces de superar su mutua hostilidad. Los reyes de uno y otro reino aparecen alternativamente, encuadrados en fórmulas literarias que se repiten en cada caso y siguiendo el respectivo orden dinástico. En general, el autor no entra en pormenores, sino que se limita a relacionar o describir algunos de los hechos más significativos de los monarcas y a juzgar su conducta sobre la base de la ley de Moisés. Estos juicios revisten la máxima severidad. Tratándose de Judá, se aprueba el comportamiento de algunos reyes que siguieron los pasos de David, como Asa (1 R 15.11), Josafat (1 R 22.43), Ezequías (2 R 18.3), Josías (2 R 22.2) y otros; pero son muchos más los que merecen el veredicto de reprobación: «Hizo lo malo ante los ojos de Jehová» (p.e., 1 R 15.26; 22.52; 2 R 13.2). En cuanto a los monarcas de Israel, ninguno queda libre de un juicio tan grave como: «Anduvo en el camino de Jeroboam, y en el pecado con que este hizo pecar a Israel» (1 R 15.34). Jeroboam I (929–909 a.C.) es propuesto así como prototipo de infidelidad al Señor y a la unicidad de su Templo en Jerusalén. Con Jeroboam I se inicia la cadena de infidelidades de los reyes del norte, que provocan la ira de Dios y arrastran al reino a su trágico final del año 721 a.C.: «En el año nueve de Oseas, el rey de Asiria tomó Samaria y llevó a Israel cautivo a Asiria» (2 R 17.6; cf. v. 7–23).

La situación política de Israel adoleció siempre de gran inestabilidad. En sus algo más de dos siglos de existencia (929–721 a.C.), el reino contó nueve dinastías para un total de diecinueve reyes, muchos de los cuales llegaron al trono usando de medios violentos. En Judá, por el contrario, los reyes que se sucedieron durante los tres siglos y medio de permanencia del reino (929–586 a.C.) fueron todos descendientes de David, a excepción de la reina Atalía, que, habiendo usurpado el trono, logró mantenerse en él durante seis años.

La última parte de Reyes (2 R 18–25) está dedicada a los tiempos siguientes a la caída de Samaria y la desaparición del reino del norte. Se distingue en estos capítulos la época de Josías, a causa de la reforma religiosa que él impulsó, pero que, pese a su importancia, no bastó para contener la desintegración moral y política de Judá (2 R 23.26–27). Después de Josías, la sucesión monárquica se encaminó directamente hacia su dramático final con la destrucción de Jerusalén y el exilio babilónico.

Inscrita en el marco histórico de Reyes, corre también la vida de algunos profetas. Objeto de singular atención son Elías (1 R 17–2 R 1) y Eliseo (2 R 2.1–8.15; 13.14–20), los dos grandes representantes del profetismo; pero a su lado figuran también los nombres de otros profetas, que van de Natán (1 R 1.45) a Hulda (2 R 22.14–20) pasando por Ahías de Silo (1 R 11.29–40), Semaías (1 R 12.21–24) e Isaías (2 R 19.20–20.19). Dado el carácter narrativo de los libros de Reyes, el autor atiende especialmente a mostrar la actitud de los profetas en momentos de importancia decisiva para la historia de Israel. No se limita, pues, a recoger y transmitir el mensaje profético como tal, sino que presenta a los profetas en su personal relación con el acontecer histórico. De particular significación son los pasajes en que un profeta se enfrenta con un rey para echarle en cara su conducta y su falta de fidelidad al Señor (1 R 18.16–19; 21.17–29; 2 R 1.15–16).

En la Biblia hebrea, los libros de Reyes están integrados en el grupo de los denominados Profetas anteriores (véase la Introducción a los libros históricos). Esto significa que, aun cuando en principio sean catalogados estos escritos como género narrativo, su propósito, más allá de lo puramente histórico, es proyectar una reflexión profética desde la base de una etapa de la historia de la salvación. Aquí es evidente la influencia de la teología del Deuteronomio, que insiste en la fidelidad a la Torah como fundamento necesario para que se cumplan en el pueblo de Dios las promesas recibidas de paz y prosperidad (Dt 28.1–14; cf. 2 R 21.8; y véase la Introducción al Pentateuco).

Lo mismo que Samuel y Crónicas, también Reyes es una sola obra compuesta de dos volúmenes. Esta división del texto no se debe a ningún plan previo, sino que es más bien artificiosa, hecha en el s. III a. C. por los traductores de la Septuaginta.

El autor de Reyes se sirvió de diversas fuentes, p.e. los archivos del Templo, y también de un número desconocido de narraciones contemporáneas relativas a los profetas. De modo expreso, el texto alude a algunos documentos perdidos hasta hoy para la investigación histórica:

Libro de los hechos de Salomón: 1 R 11.41
Libro de las historias de los reyes de Israel: 1 R 14.19
Crónicas de los reyes de Judá: 1 R 14.29

El mensaje
Ciertamente, la historia de los dos reinos, Judá e Israel, se deja ver como una interminable serie de fracasos, delitos y flagrantes infidelidades al Señor, de los cuales fueron responsables inmediatos y principales los propios monarcas. El gobierno del pueblo de Dios se les había confiado para que lo ejercieran con sabiduría —la que para sí mismo pedía Salomón (1 R 3.9)—, no arbitrariamente o con despotismo, sino como un auténtico servicio de guía y protección (1 R 12.7). Pero aquellos reyes se dejaron arrastrar por la corrupción, cayeron en la idolatría y condujeron su nación al desastre y a la pérdida de la libertad y la independencia. Como paradigmas de depravación y de impiedad se describen los reinados de Oseas sobre Israel (2 R 17) y de Manasés sobre Judá (2 R 21.1–18).

El mensaje de Reyes no debe, sin embargo, entenderse en un sentido exclusivamente negativo. Junto a los muchos personajes malvados que formaron parte de las realezas de Judá y de Israel, hubo otros consagrados de corazón a Dios y deseosos de conducir a sus súbditos por los caminos de la ley divina. Fueron los suyos casos relevantes, en los que el Señor, manifestándose como el poderoso protector de su pueblo, abrió ante este una ancha puerta a la esperanza (2 R 18.1–8, 13–37; 19.1–20.11).

Esquema del contenido:
1. Fin del reinado de David. Salomón es proclamado rey (1.1–2.12)
2. Reinado de Salomón (2.13–11.43)
3. División del reino (12.1–33)
4. Los dos reinos (13.1–16.34)
5. El profeta Elías y el rey Acab (17.1–22.40)
6. Reinados de Josafat (Judá) y Ocozías (Israel) (22.41–53)

Reina-Valera 1995—Edición de Estudio, (Estados Unidos de América: Sociedades Bíblicas Unidas) 1998.
La Biblia de Referencia Thompson, Versión Reina-Valera 1960, Referencia Temática # 4217
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