Autor: El Libro de Josué no nombra explícitamente a su autor. Es muy probable que Josué hijo de Nun, el sucesor de Moisés como líder sobre Israel, escribiera gran parte de este libro. La última parte del libro fue escrito por al menos una persona después de la muerte de Josué. También es posible que varias secciones fueran editadas / compiladas después de la muerte de Josué.
Tema Principal: La conquista y la división de la tierra de Canaan. El Libro de Josué proporciona una descripción general de las campañas militares para conquistar el área de la tierra que Dios había prometido. Después del éxodo de Egipto y los subsecuentes cuarenta años de vagar por el desierto, la recién formada nación está ahora lista para entrar en la Tierra Prometida, conquistar a los habitantes y ocupar el territorio. La descripción que tenemos aquí, nos da abreviados y selectos detalles de muchas de las batallas, así como la manera en la tierra fue conquistada, y la forma en que fue dividida en áreas tribales.
Versos Clave: “Esfuérzate y sé valiente; porque tú repartirás a este pueblo por heredad la tierra de la cual juré a sus padres que la daría a ellos. Solamente esfuérzate y sé muy valiente, para cuidar de hacer conforme a toda la ley que mi siervo Moisés te mandó; no te apartes de ella ni a diestra ni a siniestra, para que seas prosperado en todas las cosas que emprendas. Nunca se apartará de tu boca este libro de la ley, sino que de día y de noche meditarás en él, para que guardes y hagas conforme a todo lo que en él está escrito; porque entonces harás prosperar tu camino, y todo te saldrá bien. Mira que te mando que te esfuerces y seas valiente; no temas ni desmayes, porque Jehová tu Dios estará contigo en dondequiera que vayas.” (Josué 1:6-9).
“Ahora, pues, temed a Jehová, y servidle con integridad y en verdad; y quitad de entre vosotros los dioses a los cuales sirvieron vuestros padres al otro lado del río, y en Egipto; y servid a Jehová. Y si mal os parece servir a Jehová, escogeos hoy a quién sirváis; si a los dioses a quienes sirvieron vuestros padres, cuando estuvieron al otro lado del río, o a los dioses de los amorreos en cuya tierra habitáis; pero yo y mi casa serviremos a Jehová.” (Josué 24:14-15).
El libro
Josué (=Jos) es el primero de los seis escritos que integran la serie de los Profetas anteriores. En las historias narradas en este libro, el protagonista no es propiamente Josué. Esa función le corresponde, más bien, al escenario donde tienen lugar los nuevos actos del drama de Israel: el país de Canaán, en el que penetra el pueblo cuarenta años después de haber sido liberado de su cautividad en Egipto. Canaán es la meta, el punto final de aquella inacabable peregrinación. En la entrada a Canaán y en la posesión del país ven los israelitas el cumplimiento de la promesa de Dios a Abraham, Isaac y Jacob, de darlo a sus descendientes para siempre (Gn 13.14–17; 26.3–5; 28.13–14). Ellos, pues, herederos de las promesas divinas, tomaron posesión de Canaán, y «no faltó ni una palabra de todas las buenas promesas que Jehová había hecho a la casa de Israel. Todo se cumplió» (21.45).
Canaán es el signo de la fidelidad de Dios a su palabra, de una lealtad cuya contrapartida había de ser la conducta fiel del pueblo escogido. Porque, si bien en la posesión de aquella tierra se contemplaba el don de Dios, el permanecer en ella dependía de la fidelidad y rectitud con que los israelitas observaran la ley transmitida por Moisés. Pronto ellos habrían de comprenderlo, al ver que, empeñados en acciones de guerra, sus triunfos o derrotas dependían del ser o no ser fieles a su Señor (7.1–5). Eso mismo ya lo habían visto cuando, en vida de Moisés, vencieron a los amalecitas en Refidim (Ex 17.8–16), o cuando, por el contrario, los amalecitas y los cananeos «los hirieron, los derrotaron y los persiguieron hasta Horma» (Nm 14.20–23, 40–45).
Una primera lectura del libro de Josué puede dar la impresión de que la conquista de Canaán consistió en un rápido movimiento estratégico; que los israelitas, dirigidos por Josué, penetraron con facilidad en el país, y que una serie de acciones militares de prodigiosa eficacia les permitió apoderarse en poco tiempo y por completo del territorio que de antemano tenían por suyo. En realidad, el asunto no fue tan simple, pues ni ellos lograron conquistar rápidamente los territorios cananeos, ni los anteriores habitantes del país fueron del todo exterminados. De hecho, muchos de ellos se mantuvieron firmes en sus posiciones (15.63; 17.12–13); e incluso establecieron a veces alianzas con los invasores, y entonces unos y otros tuvieron que aprender a convivir en paz (9.1–27; 16.10). La conquista de Canaán no fue, pues, el resultado de una guerra relámpago de exterminio, sino un avance lento y sostenido en medio de no escasas dificultades, entre las que tuvo probablemente gran importancia la inexistencia en Israel de una estructura política de índole nacional, que solo llegó más tarde, con la instauración del reino de David. En la época de Josué, puesto que las tribus no tenían unidad de gobierno, se desempeñaban cada una por su propia cuenta, tanto en la paz como en la guerra.
Contenido del libro
Josué se divide en dos grandes secciones, formadas respectivamente por los cap. 1–12 y 13–22, y una menor que incluye los cap. 23–24 a modo de conclusión.
Tras la muerte de Moisés, Josué toma la dirección del pueblo (1.1–2; cf. Dt 31.7–8), cuya entrada y asentamiento en Canaán relata la primera sección del libro. Los israelitas, que se encontraban reunidos en las llanuras de Moab, atraviesan el Jordán y acampan en su ribera occidental, puestos ya los pies en Canaán. A partir de aquel momento, Josué organiza diversas campañas militares destinadas a adueñarse de la totalidad del país. Primero ataca localidades del centro de Palestina, y más tarde se extiende hacia los territorios del norte y del sur. Estas acciones aparecen en el libro precedidas de un discurso introductorio del propio Josué, que sitúa la narración histórica en su contexto teológico: «Yo os he entregado, tal como lo dije a Moisés, todos los lugares que pisen las plantas de vuestros pies» (1.3). Esta manifestación ratifica la idea de que el establecimiento en Canaán no es una mera conquista humana, sino un don que Israel recibe del Señor. La sección concluye en 12.24, con la relación de los reyes que fueron vencidos en batallas a ambos lados del Jordán.
La segunda sección (cap. 13–22) se ocupa de las varias incidencias relacionadas con la asignación de tierras a las tribus de Israel. La lectura de estos capítulos, con sus estadísticas y sus largas listas de ciudades importantes y de pequeñas poblaciones, resulta en general árida y poco gratificadora. Pero también es cierto que aquí ocurren datos de un interés histórico evidente, gracias a los cuales han podido conocerse los límites territoriales de las tribus y se ha logrado la identificación de diversos puntos geográficos citados aquí y allá en el AT. Por otro lado, la descripción que hace Josué del reparto del país invadido revela la atención que los israelitas prestaron a la justicia distributiva, a fin de que cada una de las tribus dispusiera de un espacio donde establecerse: «Dio Jehová a Israel toda la tierra que había jurado dar a sus padres. Tomaron posesión de ella, y la habitaron» (21.43). También la tribu sacerdotal de Leví —a la cual no se le había asignado propiedad territorial (13.14; véase Introducción a Levítico y cf. Nm 18.20; Dt 18.1–2)— había de contar con lugares de residencia.
Los dos últimos capítulos del libro (23–24) recogen el discurso de despedida de Josué (cap. 23), la renovación del Pacto y, finalmente, la muerte y sepultura de aquel fiel servidor de Dios que supo acaudillar al pueblo después de Moisés, y guiarlo hasta su anhelado destino (cap. 24).
Esquema del contenido:
1. La conquista de Canaán (1.1–12.24)
2. Distribución del territorio entre las tribus de Israel (13.1–22.34)
3. Últimas palabras de Josué. Renovación del Pacto (23.1–24.33).
Referencias Proféticas: La historia de Rahab la ramera y su gran fe en el Dios de los israelitas, le da un lugar junto a aquellos honrados por su fe en Hebreos 11:31. La suya es una historia de la gracia de Dios hacia los pecadores y la salvación por gracia solamente. Pero aún más importante, es el hecho de que por la gracia de Dios, ella llegó a formar parte de la línea Mesiánica (Mateo 1:15).
Uno de los rituales ceremoniales de Josué 5, encuentra su perfecto cumplimiento en el Nuevo Testamento. Los versos 1-9 describen el mandamiento de Dios de que aquellos que nacieron en el desierto fueran circuncidados cuando entraran a la Tierra Prometida. Al hacerlo, Dios “quitó el oprobio de Egipto” de ellos, significando que Él los limpiaba de los pecados de su vida anterior. Colosenses 2:10-12 describe a los creyentes como siendo circuncidados en sus corazones por Cristo Mismo, por quien hemos quitado la naturaleza de pecado de nuestras vidas anteriores sin Cristo.
Dios estableció ciudades de refugio para que aquellos que hubieran matado accidentalmente a alguien, pudieran vivir ahí sin temor a la retribución. Cristo es nuestro refugio a quien “hemos acudido para asirnos de la esperanza puesta delante de nosotros” (Hebreos 6:18).
El Libro de Josué contiene un predominante tema teológico del reposo. Los israelitas, después de vagar por el desierto 40 años, finalmente entraron al reposo que Dios había preparado para ellos en la tierra de Canaán. El escritor de Hebreos utiliza este incidente como una advertencia para que nosotros no permitamos que la incredulidad nos impida entrar en el reposo de Dios en Cristo (Hebreos 3:7-12).
Aplicación Práctica: Uno de los versos clave del Libro de Josué es el 1:8 “Nunca se apartará de tu boca este libro de la ley, sino que de día y de noche meditarás en él, para que guardes y hagas conforme a todo lo que en él está escrito.” El Antiguo Testamento está repleto con historias de cómo la gente “se olvidó” de Dios y Su Palabra y sufrió terribles consecuencias. Para el cristiano, la Palabra de Dios es vital. Si la descuidamos, nuestra vida sufrirá las consecuencias. Pero si adoptamos de corazón el principio expresado en el verso 1:8, estaremos completos y preparados para ser usados en el reino de Dios (2 Timoteo 3:16-17), y encontraremos que las promesas de Dios en Josué 1:8-9 serán también nuestras.
Josué es un perfecto ejemplo de los beneficios de un valioso tutor. Por años él permaneció junto a Moisés. Él observó a Moisés mientras seguía a Dios de una manera casi perfecta. Él aprendió de Moisés a orar de una manera personal. Aprendió cómo obedecer a través del ejemplo de Moisés. Aparentemente Josué también aprendió del ejemplo negativo que le costó a Moisés el gozo de haber entrado en la Tierra Prometida. Si estás vivo, tu eres un tutor. Alguien, en alguna parte, te está observando. Alguna persona más joven o alguien a quien estás influenciando, está viendo cómo vives y como reaccionas. Alguien está aprendiendo de ti. Alguien seguirá tu ejemplo. La tutoría es mucho más que las palabras pronunciadas por un mentor. Su vida entera está en un escaparate.
Reina-Valera 1995—Edición de Estudio, (Estados Unidos de América: Sociedades Bíblicas Unidas) 1998.
La Biblia de Referencia Thompson, Versión Reina-Valera 1960, Referencia Temática # 4212
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viernes, 13 de mayo de 2011
martes, 10 de mayo de 2011
ANÁLISIS DEL LIBRO DE NUMEROS.
Autor: Moisés, generalmente aceptado.
Nombre: Derivado del censo de Israel.
Lección Central: La incredulidad impide la entrada a la vida abundante.
El título
El nombre español del cuarto libro del Pentateuco procede del latino Liber numerorum ("libro de los números"), tomado a su vez del griego Arithmo (LXX), que significa "números". Es obvio que este título responde a la presencia en el texto de dos censos del pueblo de Israel (cap. 1 y 26), al reparto del botín de guerra tras la victoria de los israelitas sobre los madianitas (31) y a ciertas precisiones de orden cuantitativo relacionadas con los sacrificios y las ofrendas (7; 15; 28–29). En hebreo, el título del libro es Bamidbar (lit. "en el desierto"), referencia expresa a la región sinaítica en la que se desarrollan los acontecimientos objeto de la narración.
Contenido del libro
En Números (=Nm) se pone de relieve la personalidad y la obra de Moisés, el gran libertador y legislador del pueblo de Israel. A esta misión, asumida por él desde el principio, añade ahora la de organizar a los israelitas y guiarlos durante los años de su peregrinación en busca de la Tierra prometida. En el cumplimiento de este cometido, Moisés, que siempre actuó con total fidelidad a Dios y motivado por el amor a su pueblo (14.13–19), se sintió a veces abrumado por la pesada carga moral de su responsabilidad (11.10–15) y la incomprensión de la gente que lo rodeaba. Hasta sus mismos hermanos, Aarón y María, lo criticaron y murmuraron contra él, que era persona mansa, «más que todos los hombres que había sobre la tierra» (12.3). Con todo, Moisés no cejó ni un instante en su empeño y hasta el fin de sus días siguió velando por Israel. Cuando vio ya acercarse el momento de su muerte, tomó las precauciones necesarias para que su sucesor, Josué, pudiera llevar a buen fin la encomienda de arribar a la Tierra prometida y tomar posesión de ella (27.15–23).
En contraste con la figura señera de Moisés, la conducta de los israelitas se describe en Números con rasgos bastante negativos. Ciertamente de Egipto había salido una «gran multitud de toda clase de gentes» (Ex 12.38), las cuales comenzaron a constituir en el desierto una colectividad alentada por los mismos intereses y un destino común. Pero con los agobios del penoso caminar hacia una meta todavía desconocida y que debía parecerles siempre lejana, aquellos liberados de la amarga cautividad egipcia protestaban y se rebelaban una y otra vez. En sus quejas, incluso añoraban como mejores tiempos los pasados en esclavitud. Con todo ello no cesaron de provocar la ira de Dios, y atrajeron mayores desventuras sobre Israel (cf., p.e., cap. 14). Sin embargo, pese a tan constantes faltas de fidelidad, el Señor no dejó de manifestárseles compasivo y perdonador: así Jehová, hablando con Moisés «cara a cara... y no con enigmas» (12.8), lo escucha cuando intercede a favor del pueblo, cuando le ruega que perdone a los culpables (11.2; 12.13; 14.13–19; 21.7).
Composición
Visto en conjunto y atendiendo especialmente a razones geográficas y cronológicas, Números no adolece de falta de unidad en su composición. Porque el relato, manteniéndose en la misma línea histórica del Éxodo, informa de los movimientos de Israel posteriores a su permanencia en el Sinaí y hasta la llegada al Jordán: los preparativos para reanudar el camino (cap. 1–8), la celebración de la Pascua (cap. 9), la marcha del Sinaí a Moab (cap. 10.11–21.35), la permanencia en Moab (cap. 22–32) y las instrucciones que Moisés da al pueblo junto al Jordán (cap. 33–36). Ahora bien, a pesar de esta cierta unidad global del libro, es preciso reconocer que su estructura literaria consiste más bien en una cadena de secuencias yuxtapuestas, independientes entre sí, que alternan contenidos narrativos de fácil lectura con otros muy densos, de carácter jurídico, legal, censual o cúltico. Diríase que el libro de Números no fue escrito a partir de un plan inicial unívoco, sino que su formación fue paulatina.
Esquema del contenido:
1. La permanencia en el Sinaí (1.1–10.10)
2. La larga marcha hasta Moab (10.11–21.35)
3. En las llanuras de Moab (22.1–36.13)
Referencias Proféticas: La demanda de Dios por santidad a Su pueblo, está total y finalmente satisfecha en Jesucristo, quien vino a cumplir la ley por nosotros (Mateo 5:17). El concepto del Mesías prometido se extiende por todo el libro. La ordenanza en el capítulo 19 sobre el sacrificio de la vaca alazana “perfecta, en la cual no había falta” prefigura a Cristo, el Cordero de Dios sin mancha o culpa, quien fue sacrificado por nuestros pecados. La imagen de la serpiente de bronce levantada sobre un asta para otorgar la curación física (capítulo 21) también prefigura a Cristo siendo levantado, ya sea en la cruz o en el ministerio de la Palabra, para que cualquiera que lo mire por la fe, puede obtener la salud espiritual.
En el capítulo 24, el cuarto oráculo de Balaam, habla de la estrella y del cetro que se levantará de Jacob. Aquí está una profecía de Cristo quien es llamado “la estrella de la mañana” en Apocalipsis 22:16 por Su gloria, brillantez y resplandor, y por la luz que de Él procede. Él también puede ser llamado un cetro, esto es, el portador del cetro, por su realeza. Él no solo tiene el nombre de rey, sino que tiene un reino, y gobierna con un cetro de gracia, misericordia y justicia.
Aplicación Práctica: Del Libro de Números se desprende un gran tema teológico desarrollado en el Nuevo Testamento; y es que el pecado y la incredulidad, especialmente la rebelión, acarrea el juicio de Dios. I Corintios capítulo 10 específicamente lo dice – y Hebreos 3:7 a 4:13 lo implica fuertemente – estos eventos fueron escritos como ejemplo para que los creyentes observen y los eviten. No debemos “poner nuestro corazón en cosas malas” (v.6), o ser sexualmente inmorales (v.8), o poner a Dios a prueba (v.9) o quejarnos y murmurar (v.10).
Así como los israelitas vagaron en el desierto por 40 años a causa de su rebelión, así también algunas veces Dios permite que vaguemos lejos de Él y suframos la soledad y falta de bendiciones cuando nos rebelamos contra Él. Pero Dios es fiel y justo, y así como Él restauró a los israelitas a su legítimo lugar en Su corazón; Él siempre restaurará a los cristianos al lugar de bendición e íntima comunión con Él si nos arrepentimos y regresamos a Él (1 Juan 1:9).
Reina-Valera 1995—Edición de Estudio, (Estados Unidos de América: Sociedades Bíblicas Unidas) 1998.
La Biblia de Referencia Thompson, Versión Reina-Valera 1960, Referencia Temática # 4210
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miércoles, 4 de mayo de 2011
ANALISIS DEL LIBRO DE LEVITICOS.
Autor: Moisés, es el autor generalmente aceptado.
Nombre: Derivado del nombre de la tribu de Leví. En Hebreo Vayikra (וַיִּקְרָא)
Palabra Clave: Acceso y Santidad.
Contenido: Un compendio de las Leyes Divinas.
Personaje Central: El sumo sacerdote.
Tema Central: ¿Como puede un hombre pecador acercarse a un Dios Santo? La palabra santo ocurre más de ochenta veces en el libro.
El título
La Septuaginta llamó Levítico (=Lv) a este tercer libro de la Biblia, posiblemente para indicar que se trata de un texto destinado de modo particular a los levitas. Estos estaban encargados de ejercer el ministerio sacerdotal y de atender a los múltiples detalles del culto tributado a Dios por los israelitas. La Biblia hebrea, conforme a la norma observada en todo el Pentateuco, nombra el libro por su primera palabra, WayiqraŒ, que significa "y llamó".
Los levitas
En el reparto de Canaán, los levitas (es decir, los miembros de la tribu de Leví) recibieron, en lugar de territorio, cuarenta y ocho «ciudades donde habitar» (Nm 35.2–8; cf. Jos 21.1–42; 1 Cr 6.54–81), repartidas entre las tierras asignadas al resto de las tribus. Ellos, en cambio, habían sido separados por Dios para servirlo, para que cuidaran de las cosas sagradas y celebraran los oficios religiosos. Esta es la función específica asignada a los levitas, sobre todo después que el culto y cuanto con él se relacionaba quedó centralizado en el templo de Jerusalén.
Contenido del libro
En su mayor parte, el Levítico está formado por un conjunto de prescripciones extremadamente minuciosas, tendientes a hacer del ceremonial cúltico, como expresión de la fe en Dios, el eje a cuyo alrededor debía girar la totalidad de la vida del pueblo.
Este libro ritualista, lleno de instrucciones sobre el culto y disposiciones de carácter legal, encierra un mensaje de alto valor religioso, en el que la santidad aparece como el principio teológico predominante. Jehová, el Dios de Israel, el Dios santo, requiere del pueblo escogido como suyo que igualmente sea santo: «Santos seréis, porque santo soy yo, Jehová, vuestro Dios» (19.2). En consecuencia, todas las normas y prescripciones del Levítico están ordenadas al fin último de establecer sobre la tierra una nación diferente de la demás, apartada para su Dios, consagrada enteramente al servicio de su Señor. Por eso, todas las fórmulas legales y todos los elementos simbólicos del culto —vestiduras, ornamentos, ofrendas y sacrificios— tienen una doble vertiente: por un lado, alabar y rendir el debido homenaje al Dios eterno, creador y señor de todas las cosas; por otro, hacer que Israel entienda el significado de la santidad y disponga de instrumentos jurídicos, morales y religiosos para ser el pueblo santo que Dios quiere que sea.
División del libro
El libro puede dividirse en varias secciones. La primera de ellas (cap. 1–7) está dedicada por entero a reglamentar la presentación de las ofrendas y sacrificios ofrecidos como demostración de gratitud al Señor o como signo de arrepentimiento y expiación de algún pecado cometido.
La segunda sección (cap. 8–10) describe el ritual seguido por Moisés para consagrar sacerdotes a Aarón y sus hijos. Consiste en un conjunto de ceremonias oficiadas por Moisés conforme a las instrucciones recibidas de Jehová (cf. Ex 29.1–37). Estos ritos de consagración, que incluían sacrificios de animales y el uso de vestiduras especiales, fueron el paso inicial para instaurar el sacerdocio aarónico-levítico, institución que fundamenta la unidad corporativa del antiguo Israel. El cap. 10 relata la muerte de dos hijos de Aarón a causa de un pecado de carácter ritual.
Los cap. 11–16 forman la tercera sección del libro, dedicada a definir los términos de la pureza y la impureza ritual. También fija las normas a las que, para recuperar la pureza legal, había de someterse todo aquel —o todo aquello— que hubiera incurrido en algún tipo de impureza. Esta sección se cierra con la descripción de los ritos propios del gran día de la expiación (en hebreo, Yom kippur), que todo el pueblo debe celebrar el día 10 del séptimo mes de cada año.
La cuarta sección (cap. 17–25) se ocupa de la llamada ley de santidad, enunciada de forma sintética en 19.2. Aquí nos hallamos en pleno corazón del Levítico, donde, junto a algunas instrucciones relativas al culto, se señalan las normas que Israel —sacerdotes y pueblo— está obligado a observar para que la vida de cada uno en particular y de la comunidad en general permanezca regida por los principios de la santidad, la justicia y el amor fraternal.
Los dos últimos capítulos incluyen, respectivamente, una serie de bendiciones y maldiciones, que corresponden a sendas actitudes de obediencia o desobediencia a Dios (cap. 26), y una relación de personas, animales y cosas que le están consagradas (cap. 27).
Esquema del contenido:
1. Ofrendas y sacrificios (1.1–7.38)
2. Consagración del sacerdote (8.1–10.20)
3. Leyes sobre la pureza y la impureza legal (11.1–16.34)
4. La "Ley de santidad" (17.1–25.55)
5. Bendiciones y maldiciones (26.1–46)
6. Sobre lo consagrado a Dios (27.1–34)
Reina-Valera 1995—Edición de Estudio, (Estados Unidos de América: Sociedades Bíblicas Unidas) 1998.
La Biblia de Referencia Thompson, Versión Reina-Valera 1960, Referencia Temática # 4209.
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Nombre: Derivado del nombre de la tribu de Leví. En Hebreo Vayikra (וַיִּקְרָא)
Palabra Clave: Acceso y Santidad.
Contenido: Un compendio de las Leyes Divinas.
Personaje Central: El sumo sacerdote.
Tema Central: ¿Como puede un hombre pecador acercarse a un Dios Santo? La palabra santo ocurre más de ochenta veces en el libro.
El título
La Septuaginta llamó Levítico (=Lv) a este tercer libro de la Biblia, posiblemente para indicar que se trata de un texto destinado de modo particular a los levitas. Estos estaban encargados de ejercer el ministerio sacerdotal y de atender a los múltiples detalles del culto tributado a Dios por los israelitas. La Biblia hebrea, conforme a la norma observada en todo el Pentateuco, nombra el libro por su primera palabra, WayiqraŒ, que significa "y llamó".
Los levitas
En el reparto de Canaán, los levitas (es decir, los miembros de la tribu de Leví) recibieron, en lugar de territorio, cuarenta y ocho «ciudades donde habitar» (Nm 35.2–8; cf. Jos 21.1–42; 1 Cr 6.54–81), repartidas entre las tierras asignadas al resto de las tribus. Ellos, en cambio, habían sido separados por Dios para servirlo, para que cuidaran de las cosas sagradas y celebraran los oficios religiosos. Esta es la función específica asignada a los levitas, sobre todo después que el culto y cuanto con él se relacionaba quedó centralizado en el templo de Jerusalén.
Contenido del libro
En su mayor parte, el Levítico está formado por un conjunto de prescripciones extremadamente minuciosas, tendientes a hacer del ceremonial cúltico, como expresión de la fe en Dios, el eje a cuyo alrededor debía girar la totalidad de la vida del pueblo.
Este libro ritualista, lleno de instrucciones sobre el culto y disposiciones de carácter legal, encierra un mensaje de alto valor religioso, en el que la santidad aparece como el principio teológico predominante. Jehová, el Dios de Israel, el Dios santo, requiere del pueblo escogido como suyo que igualmente sea santo: «Santos seréis, porque santo soy yo, Jehová, vuestro Dios» (19.2). En consecuencia, todas las normas y prescripciones del Levítico están ordenadas al fin último de establecer sobre la tierra una nación diferente de la demás, apartada para su Dios, consagrada enteramente al servicio de su Señor. Por eso, todas las fórmulas legales y todos los elementos simbólicos del culto —vestiduras, ornamentos, ofrendas y sacrificios— tienen una doble vertiente: por un lado, alabar y rendir el debido homenaje al Dios eterno, creador y señor de todas las cosas; por otro, hacer que Israel entienda el significado de la santidad y disponga de instrumentos jurídicos, morales y religiosos para ser el pueblo santo que Dios quiere que sea.
División del libro
El libro puede dividirse en varias secciones. La primera de ellas (cap. 1–7) está dedicada por entero a reglamentar la presentación de las ofrendas y sacrificios ofrecidos como demostración de gratitud al Señor o como signo de arrepentimiento y expiación de algún pecado cometido.
La segunda sección (cap. 8–10) describe el ritual seguido por Moisés para consagrar sacerdotes a Aarón y sus hijos. Consiste en un conjunto de ceremonias oficiadas por Moisés conforme a las instrucciones recibidas de Jehová (cf. Ex 29.1–37). Estos ritos de consagración, que incluían sacrificios de animales y el uso de vestiduras especiales, fueron el paso inicial para instaurar el sacerdocio aarónico-levítico, institución que fundamenta la unidad corporativa del antiguo Israel. El cap. 10 relata la muerte de dos hijos de Aarón a causa de un pecado de carácter ritual.
Los cap. 11–16 forman la tercera sección del libro, dedicada a definir los términos de la pureza y la impureza ritual. También fija las normas a las que, para recuperar la pureza legal, había de someterse todo aquel —o todo aquello— que hubiera incurrido en algún tipo de impureza. Esta sección se cierra con la descripción de los ritos propios del gran día de la expiación (en hebreo, Yom kippur), que todo el pueblo debe celebrar el día 10 del séptimo mes de cada año.
La cuarta sección (cap. 17–25) se ocupa de la llamada ley de santidad, enunciada de forma sintética en 19.2. Aquí nos hallamos en pleno corazón del Levítico, donde, junto a algunas instrucciones relativas al culto, se señalan las normas que Israel —sacerdotes y pueblo— está obligado a observar para que la vida de cada uno en particular y de la comunidad en general permanezca regida por los principios de la santidad, la justicia y el amor fraternal.
Los dos últimos capítulos incluyen, respectivamente, una serie de bendiciones y maldiciones, que corresponden a sendas actitudes de obediencia o desobediencia a Dios (cap. 26), y una relación de personas, animales y cosas que le están consagradas (cap. 27).
Esquema del contenido:
1. Ofrendas y sacrificios (1.1–7.38)
2. Consagración del sacerdote (8.1–10.20)
3. Leyes sobre la pureza y la impureza legal (11.1–16.34)
4. La "Ley de santidad" (17.1–25.55)
5. Bendiciones y maldiciones (26.1–46)
6. Sobre lo consagrado a Dios (27.1–34)
Reina-Valera 1995—Edición de Estudio, (Estados Unidos de América: Sociedades Bíblicas Unidas) 1998.
La Biblia de Referencia Thompson, Versión Reina-Valera 1960, Referencia Temática # 4209.
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